No olvidaremos el día en que entraste por aquella puerta. Llevabas puesto tu traje gris, aquel que te compraste un día y nunca más cambiaste.
Mientras recorrías con tu mirada complaciente el despacho lleno de cartones y restos de comida rápida, de pronto te detuviste delante de la papelera y te inclinaste extrañado observando con atención uno de esos folios arrugados. Lo recogiste y una sonrisa se dibujó en tu cara. Entonces nos miraste fijamente a los ojos: “Esto me gusta”, dijiste.
Era la una de la mañana del domingo.
Llevábamos días buscando una idea que nos emocionara, una de esas que te hacen sentir ese “algo” inexplicable en el estómago. Y no la habíamos encontrado aún. O eso pensábamos. Y el tiempo se acababa.
Pero entonces tú nos despertaste de ese letargo mental.
“Esto me gusta”, repetiste. Y nosotros nos incorporamos en nuestras sillas dispuestos a reconsiderar esa idea que ya habíamos descartado.
Tus argumentos eran demoledores. “Esto es exactamente lo que esperan”. “Cumple indudablemente con lo que nos han pedido”.
Por un momento sentimos esa emoción. Por fin lo teníamos. Nos emocionamos tanto que, casi simultáneamente, todo el equipo saltó a darte un gran abrazo. Te rodeamos entusiasmados, te cogimos entre todos y comenzamos a auparte con tal fuerza que incluso te tiramos por la escalera.
¿Otra vez pensaste que podías engañarnos?
Te dijimos adiós y volvimos al despacho a trabajar.
2 comentarios:
Este texto me lo pasó Raul hace ya un tiempo, y reconozco que en su momento ni lo lei.
Ahora lo he recuperado, y no se si por proyectos o porqué pero me parece que es EL texto.
Un bestito a todos, cuidaros!
Esto es shck, tío.
Cuidado. Ese inconformismo del que hablan tiene un doble filo.
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